sábado, 12 de octubre de 2013

Video México 2 - 1 Panamá


Gol de chilena del americanista, rescata a México y le entrega medio boleto a la repesca, en una victoria del Tri cargada de defectos y poco mérito

MÉXICO D.F. (Por Rafael Ramos, Enviado Especial) -- El rescate llegó de la banca. Del más joven de todos, pero del más valiente de todos.

Y lo hizo con gol, con gol de victoria, con aplomo, con testosterona, con arte, con devoción, con hambre, con sangre de su sangre. Y con ese gol de Raúl Jiménez, México gana 2-1 a Panamá y se acerca a la posibilidad de jugar el repechaje ante Nueva Zelanda.

Era el minuto 85. El 1-1 era un funeral inevitable para los sueños mundialistas de México. Eran momentos de desazón, de angustia, de miedo, de desaliento, de banderas rotas y vencidas.

Y a un pase simple, pero visionario de Fernando Arce, a un balón sin tanto futuro, Raúl Jiménez lo convierte en la catedral de su carrera incipiente, imberbe, pero generosa.

El balón lo convierte en artillería y su cuerpo en una catapulta. El giro es entre dos defensas de Panamá. La cabriola es perfecta, digna de Cirque du Soleil. Y Jiménez la pesca de chilena, y le pone violencia, y le pone exactitud, y le pone precisión: 2-1, México vence a Panamá y gana un partido que en el trámite no merecía ganar, porque en el balance general fue, por momentos, inferior al adversario.

Ahora, México necesita combinaciones simples para ir a la repesca ante Nueva Zelanda. Necesita empatar al menos en Costa Rica o perder en San José incluso, pero que que Panamá no sea capaz de vencer a EEUU.

¿Clasificación directa? Cabe en el mundo fantasioso de la aritmética, pero no en la realidad, después de la exhibición ante Panamá. Pero puede ocurrir, si el Tri vence a los ticos y Honduras pierde ante Jamaica, y todavía habria que hacer cuentas de diferencias de goles.

SUFRIMIENTO...

Control más que dominio. Control más que profundidad. Consistencia más que orden. Y espacio, mucho espacio, cedido por Panamá, compactado en cerrar espacios entre líneas y entre pasillos.

México tenía el balón en el primer tiempo. Carecía de entendimiento. Los jugadores mostraban desconcierto. Era evidente que tenían el GPS apagado. Lejos de lograr encontrarse en la cancha, se escondían unos de otros. Los balones no llegaban a donde se ejercitaban los piques y las diagonales, y las pelotas aparecían donde ya había desaparecido el compañero.

Sin embargo,Panamá jugaba para México. Le daba espacio y tiempo para reflexionar cuando sólo un jugador producía con intención más que con precisión: Gullit Peña.

De hecho, es el mismo jugador del León el que obliga a Penedo sobre la derecha, en el ensayo de apariciones y oportunidades, por parte del Tri, mientras Memo Ochoa era espectador con privilegios.

Tras el disparo raso del Gullit, Chicharito remata por encima al anticipar a Penedo, mientras que Giovani, desesperado, intenta un chanflazo que se pierde el infinito.

Ocurría una gran verdad; había nervio en el músculo y nervios en la cabeza, y es evidente cuando en un balón retozón en el área, Chicharito abanica con giro completo en el ridículo absoluto, mientras que Aquino parece empeñado en ganar un partido, en el que él pierde la confianza en sus compañeros.

Una jugada veloz altera el marcador y alteraría el partido. Gullit confronta con pase a Oribe, de inmediato rebota a Javier Hernández, quien hace un prodigio de devolución dejando libre a Peralta. Y el rescatista del Tri no perdona, controla, define y cruza. 1-0 al '39.

La anotación desata la música de la marabunta en dos tiempos. El bufido de alivio, de reposo, de tranquilidad. Y el alarido del festejo. Primero había que vomitar la angustia y después darse un momento para la fiesta.

El Estadio Azteca se estremece, se sacude, tiembla, ya no como contraimpulso del drama y la histeria, sino de la esperanza humedecida con ese 1-0.

Panamá replantea con la amenaza de la eliminación. El 1-0 tenía la silueta del epitafio para las aspiraciones canaleras, por eso se rebela, por eso recambia, por eso arriesga, pero, irónicamente, al abandonar su complejidad defensiva, México no reacciona, e incluso dos balones visitantes se pasean en el área de Ochoa, pero mueren huérfanas sino un puntapié rojo que la deposite en la red y en el marcador.

Así, con un trámite áspero, inconsistente en México, merjo ensamblado por Panamá, el silbante Joel Aguilar Chicas, quien perdona amarillas al Tri, manda al reposo.

DESESPERACIÓN COMPARTIDA...

Segunda parte. Y México no cambia hombres. Ni horizontes. Giovani y Aquino siguen jugando a favor de Panamá, perdiendo balones, deteniendo el ritmo que pretende tener el Tri.

Panamá no pierde la cabeza aunque continúa perdiendo el partido. Se entorpece su movimiento porque Gullit recorre menos al frente, y la alianza con Zavala rescata mayor protección para el Tri.

Hace su aparició Aguilar Chicas en jugadas idénticas. No marca malévolamente un claro empujón sobre Quintero, pero en situaciones idénticas le regala penalti al Tri, por falta sobre Aquino.

El Chicharito lo reclama y de manera infame cobra casi al centro y débil, entregándolo al lance de Penedo.

Y mientras los canaleros mantienen coherencia, cohesión, orden y paciencia, México se encomienda a los cambios: ingresa a Chaco Giménez, Fernando Arce y Raúl Jiménez, más con afán de preocupar a Panamá, que de encontrar concepto futbolístico.

Y en ese desorden, Panamá recupera la vida. Y es la experiencia de Luis Tejada, quien anticipa la salida de Ochoa y empuja la pelota, en el 1-1, en un océano silencioso en el Estadio Azteca, al 81, cuando parecía incluso que los canaleros estaban más cerca de ganar el partido que de empatarlo.

Y llegaría entonces la jugada y el jugador que disimula, que disfraza, la ruta de tumbos y tropezones del Tri.

Minuto 85. Un servicio de Arce por derecha. La pelota llega a Jiménez. El americanista no duda, muestra ese temperamento que lo convierte en el prototipo del futuro jugador mexicano: en la recepción la levanta, la acomoda a media altura. Y ejecuta la chilena, letal, colocada, lejana, que deja a Penedo como estatua de sal. 2-1.

Y la transformación en la tribuna es explosiva. Cuando surcaban los pucheros de la casi inevitable eliminación, aparece, brutalmente el contraste en los 104 mil aficionados, que se van al aproxismo del éxtasis y el llanto. Sí: la victoria cobija su euforia, pero no disfraza el pobre rendimiento del Tri, dominado, sometido, subyugada, en el segundo tiempo, por la orquestación gallarda de Panamá.

Al final, un conato de bronca, con el Chaco Giménez caliente, enardecido por una supuesta agresión con toda la mala fe, pero como reflejo de ánimos calientes de ujn equipo que perdió sin merecerlo y otro equipo que ganó sin merecerlo.

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